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DEL TEATRO AL CINE Y DEL CINE AL TEATRO

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23/10/2018 • 9 minutos lectura

e_cultura

Por Marcos Jimenez Lobera

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El cine ha estado ligado al teatro desde sus orígenes. Son medios diferentes pero comparten ciertos elementos: la iluminación, el escenario, los diálogos, la actuación, etc. Los primeros cineastas filmaban sus películas como si fueran obras de teatro: los escenarios eran simples telones pintados y predominaba el uso de cámara fija. Además, muchos actores venían de los escenarios, por lo que transferían su forma de actuar enfatizando el lenguaje corporal y la expresión facial para que el espectador entendiese lo que el personaje sentía. El cine mudo también supone el resurgimiento del maquillaje de caracterización, esa pintura tan exagerada que usaban los actores para comunicar mejor y compensar la ausencia de voz, y no fue hasta 1912 cuando se introdujo una base de maquillaje específica para cine. Tal era la influencia del teatro en el cine que el director Marshall Neilan llegó a decir en 1917 que cuanto antes saliese del mundo del cine la gente del espectáculo, «mejor para las películas».

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Georges Méliès también era director y actor de teatro, y sus películas reflejan una teatralidad especial; pero se dio cuenta de que el cine le permitía producir espectáculos visuales que no podía conseguir en el teatro (fue pionero, por ejemplo, en el uso de la cámara rápida). Por su parte, D. W. Griffith supo ver que la actuación teatralizada no quedaba bien en cámara, así que popularizó con éxito el primer plano, que permitía una actuación más sutil. En los años 20 muchos actores adoptaron un estilo más natural, pero no fue hasta la llegada del cine sonoro en 1927 cuando se produjo el verdadero cambio.

 

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A partir de ese momento el cine tomaría un camino distinto, pero la influencia del teatro siempre ha estado presente en la gran pantalla. Y también en la pequeña pantalla. La televisión ya replicaba ciertos elementos del teatro como el empleo de música y efectos sonoros, la puesta en escena teatralizada o los muchos decorados interiores, pero es en las sitcoms donde vemos una influencia mayor. Aunque en los últimos años se han hibridado mucho, las sitcoms eran muy invariables hasta los 2000. La esencia de estas comedias se basa en el diálogo. Los actores hacen sus escenas como si se tratara de una pieza teatral, ya que se suelen actuar de principio a fin haciendo uso de la multicámara y de los aplausos y risas del público, que realmente está ahí como si asistiese a una función. Además apenas hay primeros planos, por lo que ver a los actores se asemeja a ver una obra de teatro.

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Desde 1927, la relación del cine con el teatro permaneció en gran medida porque muchas de las adaptaciones cinematográficas más importantes de obras teatrales se llevaron a cabo en las décadas posteriores. Y para ello, qué mejor forma de hacerlo que fijándose en el maestro del teatro: el Libro Guinness de los récords lista a William Shakespeare como el autor más adaptado a la pantalla, y Trono de sangre (Akira Kurosawa, 1957) o Campanadas a medianoche (Orson Welles, 1965) son solo algunas de las más de mil adaptaciones de la obra del dramaturgo inglés. 

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Cabe mencionar que el guion de Casablanca (Michael Curtiz, 1942) es la adaptación de una obra de teatro que no se llegó a producir: Everybody Comes to Rick’s. Pero si ha habido una obra icónica que ha estado desde el principio paseándose entre la frontera del cine, el teatro y la televisión es Doce hombres sin piedad, el drama de Reginald Rose emitido originalmente como un teleplay en 1954, adaptado al cine tres años después por Sidney Lumet y representado como obra de teatro en 1964. Y, por cierto, aunque es conocido principalmente por su trabajo como cineasta, Ingmar Bergman también fue director de teatro. El cine no ha parado de adaptar obras de teatro desde entonces y en los últimos años hemos visto montones de ejemplos. Estos son solo algunos de ellos:

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Macbeth (William Shakespeare, 1623), la tragedia libremente basada en el que fue rey de los escoceses entre 1040 y 1057, ha sido adaptada al cine numerosas veces, e intentar arrebatar el trono a Kurosawa o a Welles requiere una ambición considerable. Esta actualizada Macbeth, nominada a la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 2015, no será la mejor versión de la sangrienta obra de teatro, pero sí una película digna y visualmente perfecta. Michael Fassbender como Macbeth y Marion Cotillard como Lady Macbeth se juntan en esta atmosférica y violenta historia llena de brujería y maldad para brindar una buena oportunidad de descubrir o revisitar el clásico de Shakespeare.

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Fausto es la adaptación de la homónima obra teatral de Johann Wolfgang von Goethe con la que el director de El arca rusa (2002) ganó el León de Oro en el Festival de Venecia de 2011 y a la que Darren Aronofsky se refirió como una de esas películas «que te cambian para siempre». Esta oscura versión de la leyenda alemana en la que un hombre de ciencia vende su alma al diablo completa la «Tetralogía del Poder» de Aleksandr Sokúrov tras tener a Hitler, a Lenin y a Hirohito, respectivamente, como infelices protagonistas tentados por el poder absoluto que extienden el caos a su paso. Es una película densa, incómoda, que no deja indiferente ni es para todo el mundo (arranca con una explícita autopsia, pero hay más), y en la que destaca el original trabajo de cámara de Bruno Delbonnel (Harry Potter y el misterio del príncipe). Una grotesca pero hipnótica libre versión del (anti)héroe romántico de Goethe.

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La novia es la lorquiana adaptación de Bodas de sangre (Federico García Lorca, 1933) nominada a 12 premios Goya. Esta trágica y poética historia se centra en una boda que sirve como culminación del drama de un triángulo amoroso que llevaba tejiéndose toda una vida. Se dice que adaptar a Lorca no es sencillo, pero La novia lo consigue con creces, resultando en una película emocionante y dotada de un simbólico y sensorial estilo que puede recordar a algunas de las claves de Terrence Malick a la hora de transmitir sentimientos con imágenes de forma evocadora. Además, destacan las intensas interpretaciones y la banda sonora del gran Shigeru Umebayashi (Deseando amar).

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Roman Polański, quien volvería a fijarse en el teatro poco después con La Venus de las pieles (2013), hizo lo propio para Un dios salvaje, basada en la obra homónima de Yasmina Reza. Es la obra más reciente de esta selección y también la más sencilla, divertida, «de andar por casa» y no por ello menos malévola, porque apela a nuestra hipocresía y nos identifica rápidamente con sus personajes. Ambientada en un solo apartamento, la trama junta a dos parejas en casa de una de ellas para intentar resolver, como adultos civilizados que son, la pelea que han tenido sus hijos en el parque. Los ágiles diálogos y su pequeño gran reparto (Kate Winslet, Christoph Waltz, Jodie Foster y John C. Reilly) hacen de Un dios salvaje una comedia que resalta nuestro inherente primitivismo probando que los adultos pueden ser más infantiles que los propios niños.

 

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Del cine reciente también cabe mencionar Moonlight (Barry Jenkins, 2016), que, si bien se basa en una obra de teatro escolar no publicada, fue aclamada por la crítica y se llevó la tira de premios. Además, esto de las adaptaciones también se ha invertido y en los últimos años hemos visto algunas nuevas obras de teatro basadas en películas: The King’s Speech, La Strada, Network, William Shakespeare’s Star Wars: Verily, a New Hope oThe Ladykillers son algunas de ellas.

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